Más allá del velo político: ideología y verdad personal
- Psykē

- 15 nov
- 8 Min. de lectura
Bajo la superficie de las cosas, solemos creer que si no tenemos una ideología, no tenemos identidad. Esta creencia colectiva me interesa porque en mi mundo estar “a la derecha” o estar “a la izquierda” implica aceptar demasiados puntos ciegos.
Esto no significa que no tenga un punto de vista ni que no participe en el mundo. Significa que investigo esas posturas de manera independiente de las tendencias ideológicas y luego consulto mi corazón, mi intuición y una inteligencia que va más allá de la mente. ¿Alguien más por ahí que haga lo mismo?

Esto no es un proceso fácil ni rápido. Suelo tardar en encontrar mi verdad—una verdad que, vale destacar, está fluida. Con eso quiero decir que puede cambiar en cualquier momento frente a nueva información o una caída de ficha.
Ser así me deja al margen de los grandes campos ideológicos de la vida. Mis amigas y amigos de la derecha pueden percibir que no estoy del todo “de su lado” (sobre todo porque evito murmurar cosas como “sí, total” o “tal cual” en momentos clave), y mis amigas y amigos de la izquierda sin duda suelen sentir lo mismo. Me toleran porque escucho. Escucho porque tengo curiosidad, y tengo curiosidad porque mi verdad es fluida.
Otra manera de decirlo es que no tengo la certeza absoluta de que mi verdad sea la verdad; más bien, mi postura sobre cualquier tema es simplemente el lugar donde me siento más alineada en ese momento. Es una posición que favorece el diálogo, porque ¿quién sabe qué puedo aprender de vos?

Ideología y verdad personal
Te doy unos ejemplos. Si sos más de la derecha, te puede incomodar. Si te gusta más la izquierda, también puede pasar.
No me vacuné contra el COVID-19. Simplemente decir eso—sobre todo ante una audiencia estadounidense—me alinea con la derecha políticamente, por lo menos en los Estados Unidos (acuérdense de que nací allá). La mayoría va a asumir, basándose solo en ese dato, que voté a Trump. Muchos científicos y muchas científicas me van a detestar.
Al mismo tiempo, considero el cambio climático un fenómeno real provocado en gran medida por la humanidad. Esa afirmación me coloca en el campo contrario: “Ah, es de izquierda”.
¿Cómo podés vivir así?, podrías preguntar. ¡Tu visión del mundo es un rompecabezas!
No: mi visión del mundo simplemente no está tan tercerizada.

Seamos sinceras y sinceros: con la cantidad de información (y de propaganda haciéndose pasar por “información”) que circula hoy, es difícil tomarse el tiempo de profundizar, sopesar, y decidir por una misma sin lealtad ideológica en un mundo que valora precisamente esa.
E incluso cuando una lo logra, es difícil mantenerse fluida, que las posturas del momento no se rigidicen ni se transformen en una mini-ideología propia.

En pocas palabras, es más fácil elegir un bando, como si fuera un equipo de fútbol, donde todas y todos asentimos militantemente, aunque quizás haya cosas que no nos terminan de cerrar.
Pensamiento crítico
Recuperar la propia soberanía no es tarea fácil, una realidad que le ha servido muy bien a la ideología a lo largo de los siglos. “La pérdida de la soberanía… es una rendición generalizada del horizonte ante aquellos expertos en cuyo ámbito de competencia se cree que yace un determinado segmento de ese horizonte”, escribió el novelista-filósofo Walker Percy en su ensayo de 1954 The Loss of the Creature.
Hoy día, "aquello experto" suele ser la IA.
Nuestra pérdida de soberanía es la ganancia de la ideología. Para los y las que son de la derecha, quizá te preguntes—dado que no llegué al cambio climático por lealtad a una agenda ideológica—cómo llegué, entonces, a esa postura. Tal vez incluso consideres que el calentamiento global es solo otro ciclo natural o una anomalía relativamente inofensiva provocada por el sol. Como alguien que hace preguntas, pasé por todos esos lugares. A continuación, les cuento mi proceso. Por favor, si creés que me falta información, escríbeme un comentario o conéctate conmigo. Siempre estoy dispuesta a investigar datos nuevos sobre lo que considero el tema más urgente de nuestro tiempo.
Cambio climático y política
Los años 50 fueron una década clave. Eso me llamó la atención: en ese entonces ni siquiera existía el término cambio climático. De hecho, había tan poca información sobre las implicancias de quemar combustibles fósiles que, según el historiador Spencer Weart y el American Institute of Physics, “el calentamiento por efecto invernadero parecía para casi todos los científicos un tema sin importancia práctica”.
Aun así, esa década marcó un punto de inflexión porque figuras destacadas de campos muy diversos se toparon, de manera independiente, con evidencia de un planeta que se estaba calentando rápidamente. No estaban “buscando el cambio climático” (que ni siquiera existía como concepto). Estaban enfocados en otros problemas.
Tomemos, por ejemplo, al paleoclimatólogo danés Willi Dansgaard. Mientras intentaba medir la temperatura de las nubes en 1952, terminó reconstruyendo el clima del pasado usando testigos de hielo—sin saber que ese método sería central en las discusiones actuales sobre el cambio climático.
En 1957, el oceanógrafo Roger Revelle y el geoquímico Hans Suess publicaron un artículo que vinculaba los combustibles fósiles con la absorción de CO₂, advirtiendo que los océanos no podían absorber todo el CO₂ generado por los humanos (en ese famoso trabajo, la observación era casi un comentario al pasar). Dos años más tarde, Bert Bolin y Erik Eriksson ampliaron esa línea de investigación.
En 1958, el científico atmosférico Charles David Keeling estudiaba la relación entre el carbonato en aguas superficiales, la piedra caliza y el CO₂ atmosférico. Para hacerlo, tuvo que medir sistemáticamente los niveles de CO₂ y, sin proponérselo, descubrió una tendencia ascendente constante que hoy conocemos como la Curva de Keeling.
Estos hallazgos me llamaron la atención. Pareciera que algo real que estaba ocurriendo—algo que, además, la comunidad científica estaba descubriendo a destiempo—no de algo que los políticos les pagaron para inventar.
Después están los registros, que son importantes de tener en cuenta en cualquier mirada sincera sobre el tema. El principal es el proyecto EPICA Dome C, que muestra la historia climática de los últimos 800.000 años. Los testigos de hielo “atrapan” carbono. El carbono producido por combustibles fósiles tiene una estructura química ligeramente distinta, por lo cual se puede distinguir con facilidad entre las concentraciones de CO₂ causadas por combustibles fósiles y las de origen natural.
Es cierto que los testigos de hielo (Vostok, EPICA) muestran muchas variaciones climáticas a lo largo del tiempo. Pero también muestran algo completamente nuevo para un planeta habitado por seres humanos: niveles de CO₂ más altos que cualquiera registrado en la historia humana, y aumentando más rápido que nunca. Según el British Antarctic Survey: “el incremento natural más rápido medido en los testigos de hielo antiguos es de aproximadamente 15 ppm (partes por millón) en unos 200 años. En comparación, el CO₂ atmosférico hoy aumenta 15 ppm cada 6 años”.
De hecho, para encontrar testigos de hielo con niveles de CO₂ iguales a los actuales, hay que retroceder 14 millones de años. Homo sapiens evolucionó hace 3 millones de años. Es decir, los niveles actuales nunca se habían registrado en toda la historia de nuestra especie, lo cual es un dato bastante inquietante. Tampoco se habían observado aumentos con esta velocidad.
Permítanme ir más allá de la ciencia y echar una mirada a la industria del petróleo y el gas. Han ganado unos 3 mil millones de dólares al día en los últimos 50 años. Donde hay dinero, hay poder. Basta un mínimo de pensamiento crítico para conectar los puntos. Con esta cantidad de dinero en juego, es lógico que quieran proteger su industria, sus ingresos, su influencia, su liderazgo.
La industria del petróleo y el gas está políticamente alineada con la derecha en muchos (si no la mayoría) de los países. Así que, si te gusta la derecha, no estoy acá para convencerte de lo contrario; solo tené en cuenta que probablemente estés expuesto a más información proveniente de ellos que intenta convencerte de que el cambio climático es una mentira. La izquierda tiene problemas similares con otros temas.
Un buen ejemplo es el documental de 2023 Climate: The Movie (The Cold Truth), producido por la Climate Intelligence Foundation, que según se informa tiene vínculos con la extrema derecha neerlandesa. El cofundador de la fundación creó el consorcio Delphi, cuyo trabajo apoya a grandes compañías petroleras como Shell, BP, Saudi Aramco, Chevron y Total. La película presenta extensamente a una figura senior del Institute of Economic Affairs, un think tank británico que recibió donaciones de la petrolera BP durante más de 50 años consecutivos, además de una subvención de £21.000 de ExxonMobil en 2005. No es de sorprender, entonces, que el documental tenga una mirada rotundamente negadora del cambio climático.
Cada vez que evalúo un tema políticamente cargado, presto mucha atención a dónde está el dinero y qué lo amenaza, porque eso genera su propio discurso poderoso. “Se puede invertir muchísima inteligencia en la ignorancia cuando la necesidad de ilusión es profunda”, escribió Saul Bellow en To Jerusalem and Back (1976).

Luego están los animales. O, mejor dicho, no están. Si no estuviera ocurriendo nada fuera de lo común, no creo que estuvieran desapareciendo en masa: que es, de hecho, lo que está pasando. Las poblaciones de fauna silvestre han caído un 73% en solo 50 años. Los mamíferos salvajes representan hoy apenas el cuatro por ciento de la biomasa total de mamíferos. La pérdida de biodiversidad se encuentra entre 100 y 10.000 veces por encima de la tasa natural de extinción. Algo está pasando.
Aún así, el miedo nos lleva a la negación. Dejando de lado toda la política, las implicancias del cambio climático nos llevan a lo desconocido, y lo desconocido nos aterroriza.
Detrás del velo político, está un mundo nuevo
Volviendo a mi proceso personal, están mi propio sentimiento y conexión con la Tierra, la fuente de un saber intuitivo que exploro en la canción llamada Amor atómico.
Este proceso intuitivo e iterativo está en gran medida ausente de la conversación global. Si el cambio climático no fuera ideológico, lo primero que muchos de nosotras y nosotros haríamos sería mirar hacia adentro, hacia nuestro propio sentido de la Tierra. ¿Pasa algo? ¿No pasa algo? Hoy, el tema está tan ideologizado que esta pregunta sencilla deja de ser sencilla.
Sea cual sea tu postura sobre el cambio climático, la pregunta más importante es: ¿tenemos el coraje de encontrar nuestra propia verdad en una era de ideología colectiva? Hacerlo es un acto radical. ¿Podemos honrarla, incluso si esa verdad no es popular entre nuestros amigos o amigas o no “encaja” con lealtades ideológicas?
Puede ser que sea para valientes, pero así recuperamos nuestra soberanía—y eso tiene grandes repercusiones. ¿Cómo sería una sociedad en la que sus miembros no confundieran su alineamiento actual con “la verdad absoluta” y, por el contrario, estuvieran abiertas y abiertos al diálogo, a escuchar, a aprender? Sería otro mundo.
Hoy día, la afirmación “el mundo está en crisis” no necesita explicación. Para encontrar soluciones a nuestras múltiples crisis, necesitamos diálogo. Hoy, en el mejor de los casos, tenemos debate; en el peor (y más frecuente) de los casos, hay silencio mientras emergen dos o más realidades paralelas. Para establecer diálogo, necesitamos ir más allá de la ideología y sus construcciones. Ir más allá de la ideología requiere coraje. Y para encontrar ese coraje, miramos al amor.
"No te desanimes: el afecto aún resolverá los problemas de la libertad; quienes se aman entre sí se volverán invencibles." — Walt Whitman, Leaves of Grass, 1855.

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